Carta a un mal peón
No pasará nada si un día todo esto se rompe y cae sobre mí, si lloro más de la cuenta y río menos de lo estipulado. Tampoco pasará nada si me rindo antes de tiempo y echo a correr como una cobarde en busca de la vía más fácil aunque sea la menos factible. No pasará nada si un día te veo pasar por la calle y no te sonrío, te miro, o se me paraliza el corazón. Será señal de que habré pasado página.
Supongo también que no pasará nada si dejo de mirarme en el espejo de los complejos y lo hago en el de las virtudes, si empiezo a buscar oportunidades y a disfrutar del momento. Creo que ya va siendo hora de coger aire, de respirar y de sonreír al mundo como si nada malo hubiera pasado. Ya basta de mirar hacia atrás, hay un presente gritándome que sea yo misma de una vez por todas y todo un futuro esperando para recibirme. Qué quieres que te diga, es ocasión de mirar por mí y dejar de preocuparme por si hoy te habrás acordado de que existo. La vida son dos días y quizá alguno de ellos ya no esté aquí, así que ya no tengo tiempo para ti.
Malgasté muchos segundos, minutos, horas e incluso meses en conseguir reencontrarme con tus ojos, creyendo que las mentiras habrían acabado. No fue pérdida de tiempo, sólo un tiempo mal gestionado.
Así que, con tu permiso o sin él voy a sonreirle al mundo, a levantar la cabeza y soltar mi melena al viento. Dispongo de una sonrisa demasiado bonita como para que el planeta no pueda contemplarla.
No es narcisismo, es amor propio. Y bueno, si quieres considerarme narcisista, no tengo el menor problema.
Si no me quiero yo, no lo hará nadie.