Perdida

He perdido el sentido de mi vida. El rumbo. El camino.

Hace meses me creía capaz de comerme el mundo y hoy tengo la sensación de que es el mundo quién me come a mí. Quizá este lugar se me esté quedando pequeño o sea yo la que se ha hecho demasiado grande como para encajar en algún lugar.

Respiro fuerte porque tengo la sensación de que las vías por las que debe pasar el aire se han ido estrechando con el paso del tiempo. Es como si me hubiese extraviado, oxidado como la verja de un viejo palacio, como si las manecillas del reloj se hubiesen detenido y el tiempo ya no contase. Ya no existen los segundos ni los minutos. Todo ha dejado de tener sentido.

Me siento tan perdida que dudo mucho que alguien sea capaz de encontrarme, de rescatarme de este vacío abismal al que me veo abocada sin nada que me lo impida. Soy como una guitarra sin cuerdas, como un piano sin teclas, como una canción sin voz. El desastre me ha envuelto y ha conseguido alejarme de todo lo que creía que era importante y merecía la pena. Y es la pena quién me ha acabado mereciendo a mí. Es como si el mundo ya no girase y yo tratase de ponerlo en marcha de nuevo en contra de la física y de todo aquello de lo que nunca he entendido ni entenderé. Quizá sea la ciencia la que me haya jugado esta mala jugada, quien me haya arrinconado en una esquina de mi vida haciéndome creer que estoy más lejos de mí misma de lo que jamás he estado.

Ahora que puedo analizar la situación, es tan egocéntrico este discurso que cualquiera podría pensar que solo sé hablar de mí, pero es que he perdido el centro de mi vida y por algún lado he debido de empezar par poder mantenerme. Porque el vacío en el pecho sigue estando ahí y esas sensación de soledad que llevo tanto tiempo experimentando por culpa del maldito cerebro y sus impulsos me han hecho creer que soy de otro lugar. Un lugar que, probablemente y a ciencia cierta, jamás encontraré. Como si nunca hubiese estado destinada a estar aquí.

Es tan triste. Sigo perdida y hundida en mis palabras.